[Portada amcmh.org]
[Indice boletines]
[Suscribirse a Boletines Armas para defender la salud]
3 Marzo 2011
Boletín Armas para Defender la Salud nº106
[http://www.amcmh.org/PagAMC/downloads/ads106.htm]

Sobre la integración de sistemas complejos
Máximo Sandín.


Para el lector que se acerque por primera vez a esta página puede parecer pretencioso, para algunos incluso absurdo (y es posible que haya algo de ambas cosas) el intento de proponer un boceto de modelo evolutivo que haga posible integrar coherentemente la enorme cantidad de datos y conocimientos científicos que se están acumulando, especialmente durante los últimos diez, quince años en la Biología. Precisamente, esta cantidad de información procedente de diversas disciplinas, la inimaginable complejidad de los fenómenos de la vida, su extremada interdependencia y su condicionamiento, su capacidad de comunicación con el entorno, hace extremadamente difícil el intento de integrarlos en un modelo coherente, unificador, por genérico o superficial que éste sea, y absolutamente imposible por una sola persona.

No me he cansado de insistir donde me ha sido posible (incluso ante las jerarquías académicas) en la necesidad de unir los esfuerzos cooperativos (con perdón) de expertos de distintas disciplinas con el objeto de intentar poner algo de orden en el caos teórico en el que está sumida la Biología. Como esta situación no parece resultar evidente a juzgar por las continuas, repetitivas manifestaciones procedentes del ámbito de la ciencia “oficial”, me atrevo a exponer el esbozo de propuesta y su alcance hasta donde mis limitaciones me han permitido llegar:

El origen y evolución de la vida sería un proceso de integración de sistemas complejos que se autoorganizarían en otros sistemas de nivel mayor. Las unidades básicas serían las bacterias que cuentan con todos los procesos y mecanismos fundamentales de la vida celular, que mediante distintas fusiones dieron lugar a distintos tipos de células eucariotas. Los virus, mediante su mecanismo de integración cromosómica, completaron las características genéticas de las células eucariotas no existentes en las bacterias y serían los que, bien individualmente, bien mediante combinaciones entre ellos, introducirían las nuevas secuencias responsables del control embrionario de la aparición de nuevos tejidos y órganos, así como de la regulación de su funcionamiento.


La idea general es que la evolución de los seres vivos no se ha llevado a cabo por la adaptación al ambiente mediante la acumulación de pequeños cambios producidos al azar y “seleccionados” mediante la competencia por ser “ventajosos”. La evolución implica cambios en la organización del organismo, y eso sólo se puede producir por cambios en el proceso embrionario producidos por reorganizaciones en el genoma.

Las remodelaciones genómicas se han producido porque los genomas animales y vegetales están compuestos en su inmensa mayor parte (lo que incluye lo que las ideas darwinistas habían llevado a considerar ADN “basura”, pero que se ha revelado como la parte fundamental de los genomas), por virus endógenos completos o fragmentarios, es decir, virus integrados en los genomas que participan en funciones esenciales de los organismos, y “elementos móviles” y secuencias repetidas ambos de origen viral.

Sabemos que a lo largo de la existencia de la vida en la Tierra se han producido enormes cataclismos por la caída de grandes asteroides y por inversiones de los polos magnéticos que han dejado a la Tierra sometida a fuertes bombardeos de radiaciones solares. También se ha comprobado experimentalmente que estos tipos de agresiones ambientales movilizan a los virus endógenos y a los elementos móviles. Esto explica los grandes cambios de fauna y flora que se observan en el registro fósil entre los períodos geológicos, separados por grandes extinciones y que han recibido sus nombres de las diferentes faunas que los caracterizaban. Dentro de este proceso, la especiación, que es considerada por la teoría sintética “el primer paso para la evolución”, no es más que un aumento de variabilidad dentro de un patrón morfológico básico, y también se produce de forma repentina como respuesta a disturbios ambientales de menor grado.

Los fenómenos que componen la vida, desde las células, los órganos y tejidos, los organismos, las especies y los ecosistemas, hasta la totalidad del ecosistema global que constituye la Tierra, están organizados en sistemas jerárquicos e interconectados cuyas propiedades y, por tanto su evolución responden a los conceptos de la Teoría General de Sistemas de von Bertalanffy: Según ésta, un sistema se define como un conjunto organizado de partes interactuantes e interdependientes que se relacionan formando un todo unitario y complejo. Entre los distintos tipos de sistemas, los seres vivos se ajustan a las características de los llamados "sistemas organísmicos u homeostáticos" (capaces de ajustarse a los cambios externos e internos) y están organizados en subsistemas que conforman un sistema de rango mayor (macrosistema). Los sistemas complejos adaptativos son muy estables y no son susceptibles a cambios en su organización, pero ante un desequilibrio suficientemente grave, su respuesta es binaria: un colapso (derrumbe) catastrófico o un salto en el nivel de complejidad (debido a su tendencia a generar patrones de comportamiento global). En definitiva, que adaptación, es decir, ajuste al ambiente, y evolución, es decir, cambio de organización, son procesos diferentes.

 La evolución parece corresponder a una tendencia muy general en la Naturaleza, apta para configurar sistemas abiertos, es decir, sistemas que tienen el potencial de intercambio de información con el exterior y de producir niveles emergentes y extensivos de organización, pero necesariamente basados en los establecidos con anterioridad. Se podría decir que la evolución es una propiedad intrínseca a la vida, como algo inevitable, consecuencia de sus características.

Asumo que es una visión simplificada, limitada y tal vez superficial de unos fenómenos de una complejidad inabarcable (pero, como dice la sabiduría popular, el que da todo lo que tiene no está obligado a más).  Aún así, creo sinceramente que puede ser un punto de partida para acercarse de una forma libre de prejuicios y preconceptos a la belleza y la armonía de la Naturaleza.
Y si el lector no se siente molesto por estas pretensiones y tiene la paciencia de seguir leyendo, podrá vislumbrar aquí las pistas de posibles soluciones a problemas no resueltos (muchas veces creados) por la vieja y sórdida concepción de la Naturaleza.

 

De Ayllukuna a la Teoría de Sistemas: Cuidando la Madre Naturaleza

Máximo Sandín , Biólogo.


Se ha dicho a veces, como lo ha hecho observar Macnamara, que el hombre puede soportar impunemente las diferencias más grandes de clima y otros cambios distintos; mas esto es sólo cierto para los pueblos civilizados. El hombre en el estado salvaje parece, bajo este respecto, casi tan susceptible como sus más cercanos vecinos, los monos antropoides, que nunca viven mucho si se les saca de su país natal. Charles Darwin. “El origen del Hombre”. (Pag.268).

La atribución de la condición de “inferiores” a personas o pueblos sojuzgados ha existido a lo largo de la historia de la Humanidad desde el surgimiento de las relaciones de dominación como consecuencia del nacimiento de las culturas sedentarias y militarizadas. Parece que una coartada muy utilizada para justificar la explotación y la opresión ha sido la “bestialización” de las víctimas. Un vergonzoso ejemplo de esta actitud lo representa el conocido como “La junta de Valladolid”, en 1550, en la que tuvo lugar un acalorado debate sobre si los indígenas americanos eran o no seres inferiores y que terminó sin una resolución final.

Pero la elevación de esta aberración a la categoría de ciencia tuvo lugar con la implantación del darwinismo como descripción científica de la realidad. En su segunda “gran obra” El origen del Hombre, Charles Darwin incorpora todos los más sórdidos prejuicios de la clase social a la que pertenecía a la naturaleza humana, justificando las diferencias sociales o culturales como un resultado de su gran “hallazgo científico”: la selección “natural”. El arraigo de estas ideas se pone de manifiesto en los textos sobre evolución humana de los científicos darwinistas. Las “sustituciones” (extinciones) de unos “homínidos” por otros en función de una supuesta superioridad se justifica, a veces, mediante los argumentos más rocambolescos: Los neandertales, macizos y bien musculados, probablemente tenían unos dedos demasiado gruesos para hacer uso efectivo de tecnología avanzada de la Edad de Piedra o para realizar tareas de destreza como grabar. /.../ Esto da peso a la idea de que los humanos modernos recientes sustituyeron a los neandertales por su superior uso del mismo tipo de herramientas. /.../ Así, aunque los neandertales pudieron probablemente fabricar y usar herramientas complejas, no pudieron hacerlo muy a menudo o muy cuidadosamente, (?) y no fueron capaces de tareas mas sofisticadas como grabar o pintar, que fueron desarrolladas por los humanos modernos. (Clarke, 2001).

Esta concepción se ha extendido por el imaginario colectivo bien nutrida por las “investigaciones” que, desde el Siglo XIX, nos han aportado los científicos que acompañaron a la expansión colonial europea, que han mostrado a los pueblos “primitivos”, especialmente a los de cultura cazadora-recolectora, como poco menos que mendigos desarrapados y brutales buscando permanentemente algo que comer. Y en muchos casos, las pruebas de sus aseveraciones las han fabricado ellos mismos. El contacto de los hombres “civilizados” con pueblos “salvajes” ha tenido siempre consecuencias desastrosas para los segundos. Incluso en situaciones no dirigidas por el ánimo de conquista, el descubrimiento de las tecnologías occidentales y del poder que les conferían y el deslumbramiento por los “regalos”, en el mejor de los casos baratijas y en el peor, armas o bebidas alcohólicas, han convertido a muchos grupos humanos en poblaciones desculturizadas, dependientes y con escasa autoestima. Un caso especialmente informativo sobre las consecuencias de de esta actitud lo representa el plasmado en el libro “El saqueo de El dorado” de Patrick Tierney. En el año 68, el prestigioso antropólogo Napoleón Chagnon de la Universidad de Michigan publicó su obra “El pueblo fiero” en el de descubría para el mundo civilizado a los Yanomami, el “último pueblo virgen” habitante de las remotas junglas amazónicas de Venezuela y Brasil. La imagen que transmitió, y que quedó durante muchos años en los libros de texto y en el imaginario colectivo era la de un pueblo viviendo permanentemente en medio de una gran competitividad sexual y guerrera, “confirmando” las concepciones darwinistas sobre los pueblos “primitivos”. En los años 90, Patrick Tierney, un discípulo y admirador de Chagnon, se acercó en persona al territorio que estudió Chagnon. Las entrevistas a testigos presenciales, las pruebas documentales y testimonios de autoridades civiles y militares de la zona y miembros de ONGs y personal sanitario pusieron de manifiesto que Chagnon elaboró fotografías y filmaciones en los que situaba a los guerreros decorados con sus pinturas de guerra en actitudes agresivas, o a madres azuzando a sus pequeños a la pelea, pero eso no fue todo: la distribución de regalos como utensilios metálicos de distinto tipo, repartidos de una forma premeditadamente desigual, provocó envidias y desencadenamiento de violencia real, antes inexistente. Por si fuera poco, las enfermedades contagiosas portadas por los acompañantes de Chagnon provocaron una terrible mortandad entre los Yanomami (Tierney, 2002).

Sería absurdo pretender aplicar a todos los pueblos que han mantenido sus culturas ancestrales la categoría general del “buen salvaje” que tanto interés tenía Chagnon en destruir. Precisamente por su condición de seres humanos difícilmente pueden estar libres de algunos de los defectos que nos son propios. Pero más estúpido aún es considerarlos como seres limitados intelectualmente por la inocencia con la que frecuentemente se han mostrado ante las artimañas y las maldades, inconcebibles para ellos, de los invasores “civilizados”. Porque su sabiduría (que no es lo mismo que información o tecnología) es de un tipo muy diferente a lo que se valora en la “civilización” occidental. Sus culturas, fruto de milenios de interacción, de comprensión entre sí y con el medio natural, han construido cosmovisiones de extraordinaria belleza, pero sobre todo de inteligente comunicación e integración con el entorno en el que se han desarrollado. Una comprensión y una actitud ante el fenómeno de la vida que habría hecho posible la convivencia de la Humanidad en armonía con el ambiente por tiempo indefinido.

Pero esta sabiduría no se detiene en aspectos que pudiéramos denominar filosóficos. Los componentes prácticos de sus conocimientos ancestrales han mostrado una gran eficiencia para una forma de vida en equilibrio con una Naturaleza a la que nunca han considerado una “enemiga”. Unos conocimientos que no se basan, como en nuestra cultura, en “descubrimientos” de sabios, de personajes providenciales, sino que son el resultado común de conocimientos obtenidos y compartidos por toda la comunidad. Sería largo de documentar, por ejemplo, el arsenal de aplicaciones de plantas medicinales conocido desde tiempos inmemoriales por todos los pueblos del Mundo que constituyen la base de muchos medicamentos, depredados por la industria farmacéutica mediante la “biopiratería” y que son (mal)utilizados por la medicina “científica” en forma de “principios activos”, pero lo que me gustaría resaltar aquí son unas concepciones o descripciones de la realidad que resultan sorprendentes por lo que tienen de una comprensión de fenómenos a la que, con grandes dificultades y cierta confusión por la limitación que impone la interpretación mecanicista, reduccionista e individualista de la visión científica dominante, se está llegando en la actualidad. Es difícil tener la certeza de que las narraciones que han llegado hasta nosotros, los “occidentales” (supongo que esta denominación dependerá del lugar geográfico desde el que se mire), no hayan podido ser desvirtuadas o adornadas con conocimientos actuales, pero el hecho de que los conocimientos a que me voy a referir son extremadamente recientes, especializados y poco menos que marginales o “heterodoxos”, junto con las coincidencias muy llamativas en grupos muy alejados étnica y geográficamente, permite concederles una razonable credibilidad. Este párrafo ridículamente prepotente tiene por objeto subrayar mi condición de científico racionalista que, según la concepción “oficial”, no debe dejarse subyugar por “supersticiones” o narraciones románticas no obtenidas “empíricamente” mediante el método experimental, aunque me reconozco completamente subyugado. Un repaso general a los retazos de sabidurías ancestrales que han sobrevivido a duras penas al etnocidio sistemático (y, en muchos casos, premeditado y planificado) del colonialismo europeo (en África, Asia, Australia...), resultaría muy enriquecedor por las deslumbrantes bellezas de cosmovisiones con muchos puntos de contacto entre sí que han de tener, por fuerza, orígenes muy remotos. Pero en este caso nos limitaremos a una aproximación forzosamente superficial y posiblemente simplificada a conceptos nacidos en culturas indígenas de Latinoamérica. Una concepción de la realidad que, a lo largo de milenios de contacto y comprensión de su medio natural ha surgido de su vida misma, de una observación constante de la marcha de la vida y del conocimiento de sus leyes que se han incorporado como guías para la organización colectiva de sus grupos.

Las “filosofías” de estos pueblos han sido, como ya hemos dicho, elaboradas y compartidas, a lo largo del tiempo por toda la comunidad. Lo que resulta difícil de comprender desde una mentalidad “occidental” es cómo han llegado a esos conocimientos. En qué datos “empíricos” se han basado, porque a lo que han llegado es a una concepción “cuántica” de la realidad.

Desde el punto de vista de la mecánica cuántica, la realidad contiene tanto al observador como a lo observado (el observador no mira “desde fuera”). Es como si el observador “creara” lo observado y, al mismo tiempo, estuviera dentro. Por sorprendente que pueda parecer, los conocimientos de la mecánica cuántica convierten los fundamentos de la realidad, de los objetos físicos que nos rodean en algo que no es material ni inmaterial, que es lo que se conoce como función cuántica o campo cuántico. El electrón que forma los átomos que nos componen es partícula u onda de forma complementaria, es decir, la unidad es en realidad la interacción de dos entidades complementarias. La realidad física está constituida por interacciones entre distintos componentes de este tipo que se organizan en distintos niveles cuánticos de complejidad, desde los átomos hasta el Universo.

En un nivel que podríamos considerar intermedio de estos “saltos” cuánticos de complejidad se encuentra la organización de la vida en la Tierra. Los seres vivos están constituidos por átomos, que se organizan en moléculas, estas en células que, en sucesivos niveles de complejidad, se organizan en órganos y tejidos, organismos, especies y ecosistemas que a su vez conforman el gran ecosistema o “macroorganismo” que constituye nuestro Planeta, parte de otro sistema de nivel superior... La vida sólo puede existir gracias a una intrincada red de relaciones e interconexiones entre todos y cada uno de sus componentes. Una red que, según los descubrimientos científicos más recientes, muestra una complejidad difícil de concebir hasta hace muy poco tiempo por la ciencia convencional. La vida se organizó en la Tierra a partir de la integración de bacterias y virus para formar las células que forman los seres vivos (Margulis y Sagan, 1995; Sandín, 1997; Gupta, 2000; Bell, 2001). Los organismos de los seres vivos son (somos), de hecho, comunidades organizadas de bacterias reguladas mediante la información genética procedente de virus que se han convertido en endógenos (insertados en los genomas) (Sandín, 1997; Villarreal, 2004), pero además todos los seres vivos contienen cifras astronómicas de bacterias y sus virus asociados (fagos) en su interior (Qin et al., 2010), colaborando a funciones como elaboración de vitaminas y aminoácidos que los organismos no pueden producir y en mantener el equilibrio con los existentes en el exterior, entre ellos los que están en la piel, en forma de complejos ecosistemas, también en equilibrio con el entorno (Grice et al., 2009). Un entorno natural y físico en el que las bacterias y virus siguen siendo los componentes mayoritarios, componiendo una biomasa superior a la del mundo animal y vegetal con cifras que se van ampliando a medida que progresan los métodos de obtención de datos (Fuhrman, 1999; Suttle, C. A., 2005; Gewin, 2006; Howard et al., 2006: Lambais et al., 2006; Williamson et al., 2006; Goldenfeld y Woese, 2007; Sandín, 2009) y que constituyen la base de la pirámide trófica marina y terrestre, purifican el agua, reciclan los productos de deshecho y las sustancias tóxicas, hacen el Nitrógeno de la atmósfera disponible para las plantas, comunican información mediante la “transferencia genética horizontal”... incluso, los derivados de azufre producidos por la actividad de los virus marinos contribuyen a la nucleación de las nubes. Los “microorganismos” conectan el mundo orgánico con el inorgánico, y cada uno de nosotros somos como un ecosistema dentro de otros ecosistemas conectados por una “red de la vida” dentro del gran organismo, realmente vivo, que nos acoge. Todos estos conocimientos no han sido integrados en el “cuerpo teórico” de la concepción dominante de los fenómenos de la vida, sencillamente, porque no se pueden integrar. Porque chocan frontalmente con la visión mecanicista, reduccionista, competitiva e intelectualmente ramplona del darwinismo. Pero ya eran comprendidos, al menos en su significado, por muchos pueblos “primitivos”. Un aspecto común a los pobladores de las selvas es algo considerado por los visitantes “civilizados” como ingenuo o “supersticioso”: no tienen una distinción clara entre el mundo físico y el mundo espiritual o mágico. Posiblemente el uso ritual de sustancias “psicotrópicas” haya sido para ellos una forma de acceso al conocimiento que se escapa a la mentalidad (y posiblemente a las capacidades) de los “occidentales”, pero lo cierto es que les ha llevado a una comprensión de la realidad y a un elaborado conocimiento de sus medios, de las plantas medicinales alimenticias o tóxicas. De los animales, a los que consideran sus hermanos y dotados de espíritu, y cuyas relaciones de parentesco no están basadas en nuestras agrupaciones “filogenéticas”, sino en los hábitats que comparten, en los que viven y se relacionan. Para ellos, que la conocen, la selva no es la “jungla de dientes y garras tintos en sangre” de los ignorantes europeos. La selva es su confortable casa, y los ríos y los árboles parte de su vida.

Pero lo verdaderamente admirable es la concepción, también común a diversos pueblos indígenas, de su integración en el Universo regida por sus mismas leyes, movimientos y cambios como una integridad. Como microcosmos organizados e inmersos en el gran macrocosmos cuya energía organiza todo lo existente y dentro de él y lo que nos acoge, la Pacha Mama, es la sagrada Madre Tierra. Por eso, la relación con lo que haya en ella ha de ser de armonía y reciprocidad. La concepción colectiva de las relaciones humanas deriva de lo que se observa en la Naturaleza. Todos sus elementos están ordenados en una organización colectiva donde cada cosa tiene su lugar, donde las plantas y animales forman colectivos según sus territorios. Estas colectividades han inspirado las organizaciones sociales, Ayllukuna para los Quechua y Aymara, como configuración de las leyes que rigen el cosmos y la Madre Tierra.

En estas culturas se puede encontrar también la más bella (y “cuántica”) expresión de la concepción de la realidad y del ser humano. Para ellos, la unidad es la pareja. Igual que los elementos del cosmos la unidad está organizada en una relación de parejas complementarias. Wiraqucha, la energía universal, tiene una categoría dual de “Padre/Madre”, es el ser sagrado primigenio y principal y no puede ser puramente masculino o puramente femenino. El sol es la pareja complementaria con la luna, el “mundo de arriba”, el Hanaq Pacha, es masculino y es complementario con la Pacha Mama, la Madre Tierra. Y así, el concepto de matrimonio se expresa con el término Yananchakuy, “hacerse entre sí”, entre sexos opuestos, un encuentro complementario, en igualdad de condiciones.

De estas cosmovisiones surgen conceptos que chocan con la mentalidad occidental: la igualdad en la diferencia y la unidad en la diversidad, pero especialmente el concepto sagrado de la Naturaleza no en el sentido religioso de nuestra cultura, sino entendido como merecedor de respeto. Todos los seres vivos, sean animales o plantas, tienen un espíritu que hay que respetar para no interferir en el funcionamiento del organismo que es la Madre Naturaleza (Nuñez, 1992).

Cuando James LDe Ayllukuna a la Teoría de Sistemas: Cuidando la Madre Naturaleza Máximo Sandín

Se ha dicho a veces, como lo ha hecho observar Macnamara, que el hombre puede soportar impunemente las diferencias más grandes de clima y otros cambios distintos; mas esto es sólo cierto para los pueblos civilizados. El hombre en el estado salvaje parece, bajo este respecto, casi tan susceptible como sus más cercanos vecinos, los monos antropoides, que nunca viven mucho si se les saca de su país natal. Charles Darwin. “El origen del Hombre”. (Pag.268).

La atribución de la condición de “inferiores” a personas o pueblos sojuzgados ha existido a lo largo de la historia de la Humanidad desde el surgimiento de las relaciones de dominación como consecuencia del nacimiento de las culturas sedentarias y militarizadas. Parece que una coartada muy utilizada para justificar la explotación y la opresión ha sido la “bestialización” de las víctimas. Un vergonzoso ejemplo de esta actitud lo representa el conocido como “La junta de Valladolid”, en 1550, en la que tuvo lugar un acalorado debate sobre si los indígenas americanos eran o no seres inferiores y que terminó sin una resolución final.

Pero la elevación de esta aberración a la categoría de ciencia tuvo lugar con la implantación del darwinismo como descripción científica de la realidad. En su segunda “gran obra” El origen del Hombre, Charles Darwin incorpora todos los más sórdidos prejuicios de la clase social a la que pertenecía a la naturaleza humana, justificando las diferencias sociales o culturales como un resultado de su gran “hallazgo científico”: la selección “natural”. El arraigo de estas ideas se pone de manifiesto en los textos sobre evolución humana de los científicos darwinistas. Las “sustituciones” (extinciones) de unos “homínidos” por otros en función de una supuesta superioridad se justifica, a veces, mediante los argumentos más rocambolescos: Los neandertales, macizos y bien musculados, probablemente tenían unos dedos demasiado gruesos para hacer uso efectivo de tecnología avanzada de la Edad de Piedra o para realizar tareas de destreza como grabar. /.../ Esto da peso a la idea de que los humanos modernos recientes sustituyeron a los neandertales por su superior uso del mismo tipo de herramientas. /.../ Así, aunque los neandertales pudieron probablemente fabricar y usar herramientas complejas, no pudieron hacerlo muy a menudo o muy cuidadosamente, (?) y no fueron capaces de tareas mas sofisticadas como grabar o pintar, que fueron desarrolladas por los humanos modernos. (Clarke, 2001).

Esta concepción se ha extendido por el imaginario colectivo bien nutrida por las “investigaciones” que, desde el Siglo XIX, nos han aportado los científicos que acompañaron a la expansión colonial europea, que han mostrado a los pueblos “primitivos”, especialmente a los de cultura cazadora-recolectora, como poco menos que mendigos desarrapados y brutales buscando permanentemente algo que comer. Y en muchos casos, las pruebas de sus aseveraciones las han fabricado ellos mismos. El contacto de los hombres “civilizados” con pueblos “salvajes” ha tenido siempre consecuencias desastrosas para los segundos. Incluso en situaciones no dirigidas por el ánimo de conquista, el descubrimiento de las tecnologías occidentales y del poder que les conferían y el deslumbramiento por los “regalos”, en el mejor de los casos baratijas y en el peor, armas o bebidas alcohólicas, han convertido a muchos grupos humanos en poblaciones desculturizadas, dependientes y con escasa autoestima.

Un caso especialmente informativo sobre las consecuencias de de esta actitud lo representa el plasmado en el libro “El saqueo de El dorado” de Patrick Tierney. En el año 68, el prestigioso antropólogo Napoleón Chagnon de la Universidad de Michigan publicó su obra “El pueblo fiero” en el de descubría para el mundo civilizado a los Yanomami, el “último pueblo virgen” habitante de las remotas junglas amazónicas de Venezuela y Brasil. La imagen que transmitió, y que quedó durante muchos años en los libros de texto y en el imaginario colectivo era la de un pueblo viviendo permanentemente en medio de una gran competitividad sexual y guerrera,

“confirmando” las concepciones darwinistas sobre los pueblos “primitivos”. En los años 90, Patrick Tierney, un discípulo y admirador de Chagnon, se acercó en persona al territorio que estudió Chagnon. Las entrevistas a testigos presenciales, las pruebas documentales y testimonios de autoridades civiles y militares de la zona y miembros de ONGs y personal sanitario pusieron de manifiesto que Chagnon elaboró fotografías y filmaciones en los que situaba a los guerreros decorados con sus pinturas de guerra en actitudes agresivas, o a madres azuzando a sus pequeños a la pelea, pero eso no fue todo: la distribución de regalos como utensilios metálicos de distinto tipo, repartidos de una forma premeditadamente desigual, provocó envidias y desencadenamiento de violencia real, antes inexistente. Por si fuera poco, las enfermedades contagiosas portadas por los acompañantes de Chagnon provocaron una terrible mortandad entre los Yanomami (Tierney, 2002).

Sería absurdo pretender aplicar a todos los pueblos que han mantenido sus culturas ancestrales la categoría general del “buen salvaje” que tanto interés tenía Chagnon en destruir. Precisamente por su condición de seres humanos difícilmente pueden estar libres de algunos de los defectos que nos son propios. Pero más estúpido aún es considerarlos como seres limitados intelectualmente por la inocencia con la que frecuentemente se han mostrado ante las artimañas y las maldades, inconcebibles para ellos, de los invasores “civilizados”. Porque su sabiduría (que no es lo mismo que información o tecnología) es de un tipo muy diferente a lo que se valora en la “civilización” occidental. Sus culturas, fruto de milenios de interacción, de comprensión entre sí y con el medio natural, han construido cosmovisiones de extraordinaria belleza, pero sobre todo de inteligente comunicación e integración con el entorno en el que se han desarrollado. Una comprensión y una actitud ante el fenómeno de la vida que habría hecho posible la convivencia de la Humanidad en armonía con el ambiente por tiempo indefinido.

Pero esta sabiduría no se detiene en aspectos que pudiéramos denominar filosóficos. Los componentes prácticos de sus conocimientos ancestrales han mostrado una gran eficiencia para una forma de vida en equilibrio con una Naturaleza a la que nunca han considerado una “enemiga”. Unos conocimientos que no se basan, como en nuestra cultura, en “descubrimientos” de sabios, de personajes providenciales, sino que son el resultado común de conocimientos obtenidos y compartidos por toda la comunidad. Sería largo de documentar, por ejemplo, el arsenal de aplicaciones de plantas medicinales conocido desde tiempos inmemoriales por todos los pueblos del Mundo que constituyen la base de muchos medicamentos, depredados por la industria farmacéutica mediante la “biopiratería” y que son (mal)utilizados por la medicina “científica” en forma de “principios activos”, pero lo que me gustaría resaltar aquí son unas concepciones o descripciones de la realidad que resultan sorprendentes por lo que tienen de una comprensión de fenómenos a la que, con grandes dificultades y cierta confusión por la limitación que impone la interpretación mecanicista, reduccionista e individualista de la visión científica dominante, se está llegando en la actualidad. Es difícil tener la certeza de que las narraciones que han llegado hasta nosotros, los “occidentales” (supongo que esta denominación dependerá del lugar geográfico desde el que se mire), no hayan podido ser desvirtuadas o adornadas con conocimientos actuales, pero el hecho de que los conocimientos a que me voy a referir son extremadamente recientes, especializados y poco menos que marginales o “heterodoxos”, junto con las coincidencias muy llamativas en grupos muy alejados étnica y geográficamente, permite concederles una razonable credibilidad. Este párrafo ridículamente prepotente tiene por objeto subrayar mi condición de científico racionalista que, según la concepción “oficial”, no debe dejarse subyugar por “supersticiones” o narraciones románticas no obtenidas “empíricamente” mediante el método experimental, aunque me reconozco completamente subyugado. Un repaso general a los retazos de sabidurías ancestrales que han sobrevivido a duras penas al etnocidio sistemático (y, en muchos casos, premeditado y planificado) del colonialismo europeo (en África, Asia, Australia...), resultaría muy enriquecedor por las deslumbrantes bellezas de cosmovisiones con muchos puntos de contacto entre sí que han de tener, por fuerza, orígenes muy remotos. Pero en este caso nos limitaremos a una aproximación forzosamente superficial y posiblemente simplificada a conceptos nacidos en culturas indígenas de Latinoamérica. Una concepción de la realidad que, a lo largo de milenios de contacto y comprensión de su medio natural ha surgido de su vida misma, de una observación constante de la marcha de la vida y del conocimiento de sus leyes que se han incorporado como guías para la organización colectiva de sus grupos.

Las “filosofías” de estos pueblos han sido, como ya hemos dicho, elaboradas y compartidas, a lo largo del tiempo por toda la comunidad. Lo que resulta difícil de comprender desde una mentalidad “occidental” es cómo han llegado a esos conocimientos. En qué datos “empíricos” se han basado, porque a lo que han llegado es a una concepción “cuántica” de la realidad.

Desde el punto de vista de la mecánica cuántica, la realidad contiene tanto al observador como a lo observado (el observador no mira “desde fuera”). Es como si el observador “creara” lo observado y, al mismo tiempo, estuviera dentro. Por sorprendente que pueda parecer, los conocimientos de la mecánica cuántica convierten los fundamentos de la realidad, de los objetos físicos que nos rodean en algo que no es material ni inmaterial, que es lo que se conoce como función cuántica o campo cuántico. El electrón que forma los átomos que nos componen es partícula u onda de forma complementaria, es decir, la unidad es en realidad la interacción de dos entidades complementarias. La realidad física está constituida por interacciones entre distintos componentes de este tipo que se organizan en distintos niveles cuánticos de complejidad, desde los átomos hasta el Universo.

En un nivel que podríamos considerar intermedio de estos “saltos” cuánticos de complejidad se encuentra la organización de la vida en la Tierra. Los seres vivos están constituidos por átomos, que se organizan en moléculas, estas en células que, en sucesivos niveles de complejidad, se organizan en órganos y tejidos, organismos, especies y ecosistemas que a su vez conforman el gran ecosistema o “macroorganismo” que constituye nuestro Planeta, parte de otro sistema de nivel superior... La vida sólo puede existir gracias a una intrincada red de relaciones e interconexiones entre todos y cada uno de sus componentes. Una red que, según los descubrimientos científicos más recientes, muestra una complejidad difícil de concebir hasta hace muy poco tiempo por la ciencia convencional. La vida se organizó en la Tierra a partir de la integración de bacterias y virus para formar las células que forman los seres vivos (Margulis y Sagan, 1995; Sandín, 1997; Gupta, 2000; Bell, 2001). Los organismos de los seres vivos son (somos), de hecho, comunidades organizadas de bacterias reguladas mediante la información genética procedente de virus que se han convertido en endógenos (insertados en los genomas) (Sandín, 1997; Villarreal, 2004), pero además todos los seres vivos contienen cifras astronómicas de bacterias y sus virus asociados (fagos) en su interior (Qin et al., 2010), colaborando a funciones como elaboración de vitaminas y aminoácidos que los organismos no pueden producir y en mantener el equilibrio con los existentes en el exterior, entre ellos los que están en la piel, en forma de complejos ecosistemas, también en equilibrio con el entorno (Grice et al., 2009). Un entorno natural y físico en el que las bacterias y virus siguen siendo los componentes mayoritarios, componiendo una biomasa superior a la del mundo animal y vegetal con cifras que se van ampliando a medida que progresan los métodos de obtención de datos (Fuhrman, 1999; Suttle, C. A., 2005; Gewin, 2006; Howard et al., 2006: Lambais et al., 2006; Williamson et al., 2006; Goldenfeld y Woese, 2007; Sandín, 2009) y que constituyen la base de la pirámide trófica marina y terrestre, purifican el agua, reciclan los productos de deshecho y las sustancias tóxicas, hacen el Nitrógeno de la atmósfera disponible para las plantas, comunican información mediante la “transferencia genética horizontal”... incluso, los derivados de azufre producidos por la actividad de los virus marinos contribuyen a la nucleación de las nubes. Los “microorganismos” conectan el mundo orgánico con el inorgánico, y cada uno de nosotros somos como un ecosistema dentro de otros ecosistemas conectados por una “red de la vida” dentro del gran organismo, realmente vivo, que nos acoge. Todos estos conocimientos no han sido integrados en el “cuerpo teórico” de la concepción dominante de los fenómenos de la vida, sencillamente, porque no se pueden integrar. Porque chocan frontalmente con la visión mecanicista, reduccionista, competitiva e intelectualmente ramplona del darwinismo. Pero ya eran comprendidos, al menos en su significado, por muchos pueblos “primitivos”. Un aspecto común a los pobladores de las selvas es algo considerado por los visitantes “civilizados” como ingenuo o “supersticioso”: no tienen una distinción clara entre el mundo físico y el mundo espiritual o mágico. Posiblemente el uso ritual de sustancias “psicotrópicas” haya sido para ellos una forma de acceso al conocimiento que se escapa a la mentalidad (y posiblemente a las capacidades) de los “occidentales”, pero lo cierto es que les ha llevado a una comprensión de la realidad y a un elaborado conocimiento de sus medios, de las plantas medicinales alimenticias o tóxicas. De los animales, a los que consideran sus hermanos y dotados de espíritu, y cuyas relaciones de parentesco no están basadas en nuestras agrupaciones “filogenéticas”, sino en los hábitats que comparten, en los que viven y se relacionan. Para ellos, que la conocen, la selva no es la “jungla de dientes y garras tintos en sangre” de los ignorantes europeos. La selva es su confortable casa, y los ríos y los árboles parte de su vida.

Pero lo verdaderamente admirable es la concepción, también común a diversos pueblos indígenas, de su integración en el Universo regida por sus mismas leyes, movimientos y cambios como una integridad. Como microcosmos organizados e inmersos en el gran macrocosmos cuya energía organiza todo lo existente y dentro de él y lo que nos acoge, la Pacha Mama, es la sagrada Madre Tierra. Por eso, la relación con lo que haya en ella ha de ser de armonía y reciprocidad. La concepción colectiva de las relaciones humanas deriva de lo que se observa en la Naturaleza. Todos sus elementos están ordenados en una organización colectiva donde cada cosa tiene su lugar, donde las plantas y animales forman colectivos según sus territorios. Estas colectividades han inspirado las organizaciones sociales, Ayllukuna para los Quechua y Aymara, como configuración de las leyes que rigen el cosmos y la Madre Tierra.

En estas culturas se puede encontrar también la más bella (y “cuántica”) expresión de la concepción de la realidad y del ser humano. Para ellos, la unidad es la pareja. Igual que los elementos del cosmos la unidad está organizada en una relación de parejas complementarias. Wiraqucha, la energía universal, tiene una categoría dual de “Padre/Madre”, es el ser sagrado primigenio y principal y no puede ser puramente masculino o puramente femenino. El sol es la pareja complementaria con la luna, el “mundo de arriba”, el Hanaq Pacha, es masculino y es complementario con la Pacha Mama, la Madre Tierra. Y así, el concepto de matrimonio se expresa con el término Yananchakuy, “hacerse entre sí”, entre sexos opuestos, un encuentro complementario, en igualdad de condiciones.

De estas cosmovisiones surgen conceptos que chocan con la mentalidad occidental: la igualdad en la diferencia y la unidad en la diversidad, pero especialmente el concepto sagrado de la Naturaleza no en el sentido religioso de nuestra cultura, sino entendido como merecedor de respeto. Todos los seres vivos, sean animales o plantas, tienen un espíritu que hay que respetar para no interferir en el funcionamiento del organismo que es la Madre Naturaleza (Nuñez, 1992).

Cuando James Lovelock planteó la “Hipótesis Gaia” en la que describía la Tierra como un organismo vivo con capacidad de “autorregulación” y fue forzado a retractarse debido a los ataques de las “autoridades científicas” e incluso a su misma condición de darwinista, que le llevó a admitir que el término “organismo” era simplemente metafórico, seguramente no tenía conciencia de que las culturas “primitivas” sabían hace mucho tiempo que nuestra Madre Tierra está viva. Pero esta hermosa e inteligente cosmovisión ha sido arrollada por la zafia concepción de la competencia, la dominación y la destrucción que ha causado una grave enfermedad a la Pacha Mama. Sería bueno que los “hombres civilizados” volviéramos los ojos hacia los “pueblos sabios” para agradecerles su legado. Incluso, para pedirles consejo.

Bibliografía

BELL, P. J. 2001. Viral eukaryogenesis: was the ancestor of the nucleus a
complex DNA virus? Journal of Molecular Evolution 53(3): 251-256.
CHAGNON, N. (1968). Yanomamö: The Fierce People. Holt, Rinehart &
Winston.
CLARKE, T. 2001. Early modern humans won hand over fist. Nature Science
update. 6 Feb.
DARWIN, Ch. R., 1871. The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex.
Versión española: El Origen del Hombre. Ediciones Petronio. Barcelona. 1973.
FUHRMAN, J. A. 1999. Marine viruses and their biogeochemical and ecological
effects. Nature,399:541-548.
GEWIN, V. 2006. Genomics: Discovery in the dirt. Nature .Published online: 25
January 2006; | doi:10.1038/439384a
GOLDENFELD, N. and WOESE, C. (2007). Biology’s next revolution. Nature
445, 369.
GRICE, E. A. et al. (2009)Topographical and Temporal Diversity of the Human
Skin Microbiome. Science, 324, 5931, 1190 - 1192
GUPTA, R. S. 2000. The natural evolutionary relationships among
prokaryotes.Crit. Rev. Microbiol. 26: 111-131.
HOWARD, E. C. et al., 2006. Bacterial Taxa That Limit Sulfur Flux from the
Ocean. Science, Vol. 314. no. 5799, pp. 649 – 652.
LAMBAIS, M. R. et al., 2006. Bacterial Diversity in Tree Canopies of the
Atlantic Forest Science, Vol. 312. no. 5782, p. 1917
MARGULIS, L. y SAGAN, D. 1995. What is life?. Simon & Schuster. New
York, London.
NUÑEZ SÁNCHEZ, J. (Ed.) (1992): Culturas y pueblos indígenas. Editora
Nacional. Quito.
SANDÍN, M. (1997). Teoría sintética: Crisis y revolución. ARBOR , N.o 623-
624. Tomo CLVIII.
SANDÍN,M. (2009). En busca de la Biología. Reflexiones sobre la evolución.
Asclepio, LXI, 2.
SUTTLE, C. A. (2005). Viruses in the sea. Nature 437, 356-361
TIERNEY, P. (2002). El saqueo de El Dorado. Grijalbo.
QIN, J. et al. (2010). A human gut microbial gene catalogue established by
metagenomic sequencing. Nature 464, 59-65
VILLARREAL, L. P. (2004). Viruses and the Evolution of Life. ASM Press,
Washington.
WILLIAMSON, K.E., WOMMACK, K.E. AND RADOSEVICH, M. (2003).
Sampling Natural Viral Communities from Soil for Culture-Independent Analyses.
Applied and Environmental Microbiology, Vol. 69, No. 11, p. 6628-6633
WOESE, C. R. (2002). On the evolution of cells. PNAS vol. 99 no. 13, 8742-
8747. ovelock planteó la “Hipótesis Gaia” en la que describía la Tierra
como un organismo vivo con capacidad de “autorregulación” y fue forzado a retractarse
debido a los ataques de las “autoridades científicas” e incluso a su misma condición de
darwinista, que le llevó a admitir que el término “organismo” era simplemente
metafórico, seguramente no tenía conciencia de que las culturas “primitivas” sabían
hace mucho tiempo que nuestra Madre Tierra está viva. Pero esta hermosa e inteligente
cosmovisión ha sido arrollada por la zafia concepción de la competencia, la dominación
y la destrucción que ha causado una grave enfermedad a la Pacha Mama. Sería bueno
que los “hombres civilizados” volviéramos los ojos hacia los “pueblos sabios” para
agradecerles su legado. Incluso, para pedirles consejo.
Bibliografía
BELL, P. J. 2001. Viral eukaryogenesis: was the ancestor of the nucleus a
complex DNA virus? Journal of Molecular Evolution 53(3): 251-256.
CHAGNON, N. (1968). Yanomamö: The Fierce People. Holt, Rinehart &
Winston.
CLARKE, T. 2001. Early modern humans won hand over fist. Nature Science
update. 6 Feb.
DARWIN, Ch. R., 1871. The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex.
Versión española: El Origen del Hombre. Ediciones Petronio. Barcelona. 1973.
FUHRMAN, J. A. 1999. Marine viruses and their biogeochemical and ecological
effects. Nature,399:541-548.
GEWIN, V. 2006. Genomics: Discovery in the dirt. Nature .Published online: 25
January 2006; | doi:10.1038/439384a
GOLDENFELD, N. and WOESE, C. (2007). Biology’s next revolution. Nature
445, 369.
GRICE, E. A. et al. (2009)Topographical and Temporal Diversity of the Human
Skin Microbiome. Science, 324, 5931, 1190 - 1192
GUPTA, R. S. 2000. The natural evolutionary relationships among
prokaryotes.Crit. Rev. Microbiol. 26: 111-131.
HOWARD, E. C. et al., 2006. Bacterial Taxa That Limit Sulfur Flux from the
Ocean. Science, Vol. 314. no. 5799, pp. 649 – 652.
LAMBAIS, M. R. et al., 2006. Bacterial Diversity in Tree Canopies of the
Atlantic Forest Science, Vol. 312. no. 5782, p. 1917
MARGULIS, L. y SAGAN, D. 1995. What is life?. Simon & Schuster. New
York, London.
NUÑEZ SÁNCHEZ, J. (Ed.) (1992): Culturas y pueblos indígenas. Editora
Nacional. Quito.
SANDÍN, M. (1997). Teoría sintética: Crisis y revolución. ARBOR , N.o 623-
624. Tomo CLVIII.
SANDÍN,M. (2009). En busca de la Biología. Reflexiones sobre la evolución.
Asclepio, LXI, 2.
SUTTLE, C. A. (2005). Viruses in the sea. Nature 437, 356-361
TIERNEY, P. (2002). El saqueo de El Dorado. Grijalbo.
QIN, J. et al. (2010). A human gut microbial gene catalogue established by
metagenomic sequencing. Nature 464, 59-65
VILLARREAL, L. P. (2004). Viruses and the Evolution of Life. ASM Press,
Washington.
WILLIAMSON, K.E., WOMMACK, K.E. AND RADOSEVICH, M. (2003).
Sampling Natural Viral Communities from Soil for Culture-Independent Analyses.
Applied and Environmental Microbiology, Vol. 69, No. 11, p. 6628-6633
WOESE, C. R. (2002). On the evolution of cells. PNAS vol. 99 no. 13, 8742-
8747.

 

VIRUS Y LOCURA (CIENTÍFICA)
Máximo Sandín


Un nuevo “avance científico” ha sido anunciado por los medios de comunicación; un nuevo uso para los fármacos antivirales: El tratamiento “contra la esquizofrenia”. Según la revista Schizophrenia Research (1): “la exposición al virus común que causa el herpes labial puede ser parcialmente responsable de la disminución de las regiones del cerebro y la pérdida de capacidad de concentración, memoria, coordinación de movimientos y destreza ampliamente observado en los pacientes con esquizofrenia". La oportuna aparición de un virus en un órgano, al parecer, deteriorado, abre un nuevo camino para la industria farmacéutica: Estos hallazgos podrían derivar en nuevas formas de tratamiento o de prevención del deterioro cognitivo "que normalmente acompaña a la enfermedad, incluida la terapia con fármacos antivirales", explican los autores.

Como continuación de la desastrosa e indiscriminada lucha contra las bacterias, que ha conducido a una imparable expansión de la resistencia bacteriana a los antibióticos, se ha desatado la lucha contra los virus. Parece que el fármaco estrella de los laboratorios farmacéuticos para el Siglo XXI serán los antivirales. Y tienen un enorme campo de aplicación. Como todos sabemos, cualquier enfermedad de confuso diagnóstico ha sido producida por “un virus”. Por tanto, “hay que combatirlos”. Por ejemplo, el famoso antirretroviral Tamiflu es un inhibidor de la enzima neuramidasa, uno de los dos “antígenos de superficie” (el otro es la hemaglutinina) que porta el virus de la gripe en su cápsida. En niños tratados con con Tamiflu se han producido problemas neurológicos, a veces muy graves (en Japón se han producido suicidios relacionados con este problema) (2). La neuramidasa es una enzima implicada en el desarrollo y mantenimiento de la vaina de mielina de las neuronas en mamíferos (3) por lo que el efecto inhibidor es inmediato en niños (en adultos, habrá que esperar...). En el genoma humano se han identificado entre 90.0000 y 300.0000 secuencias derivadas de virus, fundamentalmente de retrovirus (4), pero también existen virus ADN. Concretamente, el genoma del Herpesvirus 6A está integrado en los telómeros de los cromosomas humanos (5). La variabilidad de las cifras es debida a que depende de que se tengan en consideración virus completos o secuencias parciales derivadas de virus. Estas secuencias son “componentes permanentes del transcriptoma humano”(6), es decir, son partes constituyentes de nuestro genoma y se expresan en todos los tejidos (6). Incluso las secuencias virales que codifican para la cápsida se han mostrado activas en procesos biológicos fundamentales (3, 7, 8). Especialmente abundante y relevante es la actividad de las secuencias de origen retroviral en el proceso de desarrollo embrionario (9), es decir en la formación de nuestros tejidos y órganos. La inferencia coherente de estos fenómenos sería la siguiente: Si los tumores sólidos son un desencadenamiento de un proceso embrionario (10, 11) producido por algún tipo de “agresión ambiental”, la asociación de virus con el cáncer no sería de causa, sino de consecuencia. Lo tumores emiten partículas virales (12). Y la asociación de virus con tejidos dañados o enfermos tendría la misma causa. Se han “diagnosticado” asociaciones verdaderamente absurdas de virus con enfermedades de un evidente origen ambiental, degenerativo o autoinmune, como el síndrome de fatiga crónica, artritis, Alzheimer, tumor de próstata... Incluso, se ha descrito, sin comprenderla, la activación de un virus endógeno como consecuencia de un tratamiento con un fármaco, el Natalizumab contra la esclerosis múltiple, que “despertaba un virus dormido en los riñones” cuya “malignización” desencadenaba una Leucoencefalopatía Multifocal Progresiva.

La guerra contra los virus desatada, fundamentalmente, por las empresas que financian de un modo creciente la investigación biológica “aplicada” (es decir, con fines comerciales) se ha convertido en un sinsentido totalmente a espaldas de los conocimientos derivados de la investigación “básica”, es decir, la verdadera investigación científica. La elaboración de vacunas (otro gran negocio para estas empresas) cultivando virus en embriones de pollo (13) o, las más “modernas”, que utilizan líneas celulares para el cultivo (13), son verdaderas fábricas de virus híbridos (por no hablar de las vacunas “transgénicas”) cuyos potenciales peligros pueden ser de una extremada gravedad (14, 15, 16). Y la tendencia demencial del uso de “antivirales” para todo tipo de enfermedades a las que se diagnostica de una forma espuria un origen viral es un nuevo ataque a componentes fundamentales del organismo, de la vida. Cada día son más abundantes los datos científicos que nos muestran que vivimos literalmente inmersos en una inconcebible cantidad de bacterias y virus (17, 18) que cumplen funciones esenciales en todos los ecosistemas (19, 20) y que han cumplido papeles fundamentales en los procesos de la evolución de la vida (21, 22), y que su aspecto “patógeno” es el resultado de alguna desestabilización de sus funciones naturales Es una guerra suicida contra la Naturaleza. Una guerra contra nosotros mismos. La verdadera “patología mental” es la del pensamiento que domina en la concepción de la Naturaleza. Una concepción que han incrustado en el cerebro de los científicos y que ve a la Naturaleza como un campo de batalla en el que todos sus componentes son “competidores”. Pero no nos preocupemos, las grandes multinacionales farmacéuticas nos van a defender de “nuestros peores competidores”. Tras la derrota en la lucha contra las bacterias ha comenzado la lucha contra los virus. La madre de todas las batallas. ¿Tal vez la lucha final?

Referencias


1.- David J. Schretlen, Tracy D. Vannorsdall, Jessica M. Winicki, Yaser Mushtaq,
Takatoshi Hikida, Akira Sawa, Robert H. Yolken, Faith B. Dickerson and Nicola G.
Cascella. (2010) Neuroanatomic and cognitive abnormalities related to herpes simplex
virus type 1 in schizophrenia. Schizophrenia Research Volume 118, Issues 1-3, May
2010, Pages 224-231.
2.- Agencia EFE (30/7/2009). Alta tasa de efectos secundarios en niños que
recibieron Tamiflu contra la gripe A.
3.- Megumi Saito, Carmen Sato-Bigbee and Robert K. Yu. (2008). Neuraminidase
Activities in Oligodendroglial Cells of the Rat Brain. Journal of Neurochemistry
Volume 58 Issue 1, Pages 78 – 82.
4.- Lower, R., J. Lower, and R. Kurth. (1996). The viruses in all of us:
characteristics and biological significance of human endogenous retrovirus sequences.
Proc. Natl. Acad. Sci. U. S. A. 93:5177-5184.
5.- Arbucklea, J. H. Et al., (2010). The latent human herpesvirus-6A genome
specifically integrates in telomeres of human chromosomes invivo and in vitro. Proc.
Natl. Acad. Sci. U. S. A. www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.0913586107.
6.- Seifarth, W. et al., (2005). Comprehensive Analysis of Human Endogenous
Retrovirus Transcriptional Activity in Human Tissues with a Retrovirus-Specific
Microarray. J Virol. 2005; 79(1): 341–352.
7.- Bouton, O., et al. (2004). The endogenous retroviral locus ERVWE1 is a bona
fide gene involved in hominoid placental physiology. PNAS | vol. 101 | no. 6 | 1731-
1736.
8.- Gabus C. et al., (2001). The prion protein has DNA strand transfer properties
similar to retroviral nucleocapsid protein. J Mol Biol. 6;307(4):1011-1021.
9.- Andersson, A.- C., et al. (2002). Developmental Expression of HERV-R (ERV3)
and HERV-K in Human Tissue. Virology Volume 297, Issue 2, Pages 220-225
10.- Kho, A. T. et al., (2004). Conserved mechanisms across development and
tumorigenesis revealed by a mouse development perspective of human cancers. Genes
Dev.; 18(6): 629–640.
11.- Schuller U., Kho A. Zhao Q., Qiufu Ma., Rowitch DH. (2006) Cerebellar
‘transcriptome’ reveals cell-type and stage-specific expression during postnatal
development and tumorigenesis. Molecular and Cellular Neuroscience. Volume 33,
Issue 3, 6, Pages 247-259
12.- Seifarth, W. et al., (1995). Retrovirus-like particles released from the human
breast cancer cell line T47-D display type B- and C-related endogenous retroviral
sequences. J. Virol., Vol 69, No. 10, 6408-6416.
13.- INTERNATIONAL FEDERATION OF PHARMACEUTICAL AND
MANUFATURERS & ASSOCIATIONS
http://www.ifpma.org/influenza/index.aspx?47
14.- Khan A. S. et al., (2009). Proposed algorithm to investigate latent and occult
viruses in vaccine cell substrates by chemical induction. Biologicals. 2009 Mar 17.
[Epub ahead of print].
15.- ISIS Report 07/10/09 Flu Vaccines and the Risk of Cancer http://www.i-
sis.org.uk/fluVaccinesCancerRisks.php
16.- Hussain, A. I. (2003). Identification and Characterization of Avian
Retroviruses in Chicken Embryo-Derived Yellow Fever Vaccines: Investigation of
Transmission to Vaccine Recipients. J Virol. 2003, 77(2): 1105–1111.
17.- Grice, E. A. et al., (2009). Topographical and Temporal Diversity of the Human
Skin Microbiome. Science 29, Vol. 324. no. 5931, pp. 1190 - 1192
18.- Williamson, K.E., et al., (2003). Sampling Natural Viral Communities from
Soil for Culture-Independent Analyses. Applied and Environmental Microbiology, Vol.
69, No. 11, p. 6628-6633
19.- Gewin, V. 2006. Genomics: Discovery in the dirt. Nature .Published online: 25
January 2006; | doi:10.1038/439384a
20.- Suttle, C. A. (2005). Viruses in the sea. Nature 437, 356-361.
21.- Gupta, R. S. 2000. The natural evolutionary relationships among prokaryotes.
Crit. Rev. Microbiol. 26: 111-131.
22.- Villarreal, L. P. (2004). Viruses and the Evolution of Life. ASM Press,
Washington.

 


LA GUERRA CONTRA BACTERIAS Y VIRUS: UNA LUCHA
AUTODESTRUCTIVA

Máximo Sandín


La guerra permanente contra los entes biológicos que han construido, regulan y mantienen la vida en nuestro Planeta es el síntoma más grave de una civilización alienada de la realidad que camina hacia su autodestrucción.

Las dos obras fundacionales que constituyen la base teórico-filosófica del pensamiento occidental contemporáneo, de la concepción de la realidad, de la sociedad, de la vida, y que han sido determinantes en las relaciones de los seres humanos entre sí y con la Naturaleza son “La riqueza de las naciones” de Adam Smith y “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia” de Charles Darwin. La concepción de la naturaleza y la sociedad como un campo de batalla en el que dos fuerzas abstractas, la selección natural y la mano invisible del mercado rigen los destinos de los competidores, ha conducido a una degradación de las relaciones humanas y de los hombres con la naturaleza sin precedentes en nuestra historia que está poniendo a la humanidad al borde del precipicio. El creciente abismo entre los países victimas de la colonización europea y los países colonizadores, las decenas de guerras permanentes, siempre originadas por oscuros intereses económicos, la destrucción imparable de ecosistemas marinos y terrestres... sólo pueden conducir a la Humanidad a un callejón sin salida.

La gran industria farmacéutica se puede considerar, dentro de este proceso destructivo, un claro exponente de la aplicación de estos principios y de sus funestas consecuencias. La concepción del organismo humano y de la salud como un campo para el mercado, como un objeto de negocio, unida a la visión reduccionista y competitiva de los fenómenos naturales ha conducido a una distorsión de la función que, supuestamente, le corresponde, que puede llegar a constituir un factor más a añadir a los desencadenantes de la catástrofe. Un ejemplo dramáticamente ilustrativo de los peligros de esta concepción es el alarmante aumento de la resistencia bacteriana a los antibióticos, que puede llegar a convertirse en una grave amenaza para la población mundial, al dejarla inerme ante las infecciones (Alekshun M. N. y Levy S. B. 2007). El origen de este problema se encuentra en los dos conceptos mencionados anteriormente, que se traducen en el uso abusivo de antibióticos ante el menor síntoma de infección, su utilización masiva para actividades comerciales como el engorde de ganado, y su comercialización con evidente ánimo de lucro, pero, sobre todo, de la consideración de las bacterias como patógenos, “competidores” que hay que eliminar.

Esta concepción pudo estar justificada por la forma como se descubrieron las bacterias, antes “inexistentes”. El hecho de que su entrada en escena fuera debido a su aspecto patógeno, unido a la concepción darvinista de la naturaleza según la cual, la competencia es el nexo de unión entre todos sus componentes, las estigmatizó con el sambenito de microorganismos productores de enfermedades que, por tanto, había que eliminar. Sin embargo, los descubrimientos recientes sobre su verdadero carácter y sus funciones fundamentales para la vida en nuestro planeta han transformado radicalmente las antiguas ideas. Las bacterias fueron fundamentales para la aparición de la vida en la Tierra, al hacer la atmósfera adecuada para la vida tal como la conocemos mediante el proceso de fotosíntesis (Margulis y Sagan, 1995). También fueron responsables de la misma vida: las células que componen todos los organismos fueron formadas por fusiones de distintos tipos de bacterias de las que sus secuencias génicas se pueden identificar en los organismos actuales (Gupta, 2000). En la actualidad, son los elementos básicos de la cadena trófica en el mar y en la tierra y en el aire (Howard et al., 2006; Lambais et al., 2006) y siguen siendo fundamentales en el mantenimiento de la vida: “Purifican el agua, degradan las sustancias tóxicas, y reciclan los productos de desecho, reponen el dióxido de carbono a la atmósfera y hacen disponible a las plantas el nitrógeno de la atmósfera. Sin ellas, los continentes serían desiertos que albergarían poco más que líquenes”. (Gewin,2006), incluso en el interior y el exterior de los organismos (en el humano su número es diez veces superior al de sus células componentes). La mayor parte de ellas son todavía desconocidas y se calcula que su biomasa total es mayor que la biomasa vegetal terrestre. Con estos datos resulta evidente que su carácter patógeno es absolutamente minoritario y que en realidad es debido a alteraciones de su funcionamiento natural producidas por algún tipo de agresión ambiental ante la que reaccionan intercambiando lo que se conoce como “islotes de patogenicidad” ( Brzuszkiewicz et al., 2006) una reacción que, en realidad, es una reproducción intensiva para hacer frente a la agresión ambiental. De hecho, se ha comprobado que los antibióticos no son realmente “armas” antibacterianas, sino señales de comunicación que, en condiciones naturales, utilizan, entre otras cosas, para controlar su población: “Lo que los investigadores conocen sobre los microbios productores de antibióticos viene fundamentalmente de estudiarlos en altos números como cultivos puros en el laboratorio, unas condiciones artificiales comparadas con su número y diversidad encontrados en el suelo” (Mlot, 2009). A pesar de todos estos datos reales, se puede comprobar cómo la industria farmacéutica sigue buscando “nuevas armas” para combatir a las bacterias (Pearson, 2006).

Los virus han seguido, con unos años de retraso, el mismo camino que las bacterias, debido a que su descubrimiento fue más tardío a causa de su menor tamaño. Descubiertos por Stanley en la enfermedad del “mosaico del tabaco” fueron, lógicamente, dentro de la óptica competitiva de la naturaleza, incluidos en la lista de “rivales a eliminar”. Es evidente que algunos de ellos provocan enfermedades, algunas terribles, pero, ¿no estará en el origen de éstas algún proceso semejante al que ya parece evidente en las bacterias? Veamos los datos más recientes al respecto: El número estimado de virus en la Tierra es de cinco a veinticinco veces más que el de bacterias. Su aparición en la Tierra fue simultánea con la de las bacterias (Woese, 2002) y la parte de las características de la célula eucariota no existentes en bacterias (ARN mensajero, cromosomas lineales y separación de la transcripción de la traslación) se han identificado como de procedencia viral (Bell, 2001). Las actividades de los virus en los ecosistemas marinos y terrestres (Williamson, K. E., Wommack, K. E. y Radosevich, M., 2003; Suttle, C. A., 2005) son, al igual que las de las bacterias, fundamentales. En los suelos, actúan como elementos de comunicación entre las bacterias mediante la transferencia genética horizontal (Ben Jacob, E. et al., 2005) en el mar tienen actividades tan significativas como estas: En las aguas superficiales del mar hay un valor medio de 10.000 millones de diferentes tipos de virus por litro. Su densidad depende de la riqueza en nutrientes del agua y de la profundidad, pero siguen siendo muy abundantes en aguas abisales. Su papel ecológico consiste en el mantenimiento del equilibrio entre las diferentes especies que componen el placton marino (y como consecuencia del resto de la cadena trófica) y entre los diferentes tipos de bacterias, destruyéndolas cuando las hay en exceso. Como los virus son inertes, y se difunden pasivamente, cuando sus "huéspedes" específicos son demasiado abundantes son más susceptibles de ser infectados. Así evitan los excesos de bacterias y algas, cuya enorme capacidad de reproducción podría provocar graves desequilibrios ecológicos, llegando a cubrir grandes superficies marinas. Al mismo tiempo, la materia orgánica liberada tras la destrucción de sus huéspedes, enriquece en nutrientes el agua. Su papel biogeoquímico es que los derivados sulfurosos producidos por sus actividades, contribuye... ¡a la nucleación de las nubes! A su vez, los virus son controlados por la luz del sol (principalmente por los rayos ultravioleta) que los deteriora, y cuya intensidad depende de la profundidad del agua y de la densidad de materia orgánica en la superficie, con lo que todo el sistema se regula a sí mismo. (Fuhrman, 1999). Hasta el 80% de las secuencias de los virus marinos y terrestres no son conocidas en ningún organismo animal ni vegetal. (Villareal, 2004). En cuanto a sus actividades en los organismos, los datos que se están obteniendo los convierten en los elementos fundamentales en la construcción de la vida. Además de las características de la célula eucariota no existentes en las bacterias que se han identificado como procedentes de virus, más significativo aún es el hecho de que la inmensa mayor parte de los genomas animales y vegetales está formada por virus endógenos que se expresan como parte constituyente de éstos (Britten, R.J., 2004) y elementos móviles y secuencias repetidas derivadas de virus que se han considerado erróneamente durante años “ADN basura” gracias a la “aportación científica” de Richard Dawkins con su pernicioso libro “El gen egoísta” (Sandín, 2001; Von Sternberg, R., 2002). Entre éstas, los genes homeóticos fundamentales, responsables del desarrollo embrionario, cuya disposición en los cromosomas de secuencias repetidas en tandem revela un evidente origen en retrotransposones (capaces de hacer, con la ayuda del genoma, duplicaciones de sí mismos), a su vez derivados de retrovirus (Wagner, G. P. et al., 2003; García- Fernández, J., 2005). Una de las funciones más llamativas es la realizada por los virus endógenos W, cuya misión en los mamíferos consiste en la formación de la placenta, la fusión del sincitio-trofoblasto y la inmunosupresión materna durante el embarazo (Venables et al., 1995; Harris, 1998; Mi et al., 2000; Muir et al., 2004). Pero la cantidad, no sólo de “genes” sino de proteínas fundamentales en los organismos eucariotas (especialmente multicelulares) no existentes en bacterias y adquiridas de virus sería inacabable (Adams y Cory, 1998; Barry y McFadden, 1999; Markine-Goriaynoff et al., 2004; Gabus et al., 2001; Medstrand y Mag, 1998; Jamain et al., 2001 ), aunque, en ocasiones, los propios descubridores, llevados por la interpretación darwinista las consideran aparecidas misteriosamente (“al azar”) en los eucariotas y adquiridas por los virus (Hughes & Friedman, 2003) a los que acusan de “secuestradores”, “saboteadores” o “imitadores” (Markine-Goriaynoff et al., 2004) sin tener en cuenta que los virus en estado libre son absolutamente inertes, y que es la célula la que utiliza y activa los componentes de los virus (Cohen, 2008). Por eso, resultan absurdas las acusaciones, que estamos cansados de oír, de que los virus “mutan para evadir las defensas del hospedador”. Las “mutaciones” se producen durante los procesos de integración en el ADN celular debido a que la retrotranscriptasa viral no corrige los “errores de copia”. En definitiva, e independientemente de la incapacidad para la comprensión de la importante función de los virus en la evolución y los procesos de la vida motivada por la asfixiante concepción reduccionista y competitiva de las ideas dominantes en Biología, los datos están disponibles en los genomas secuenciados hasta ahora. En el genoma humano se han identificado entre 90.0000 y 300.0000 secuencias derivadas de virus. La variabilidad de las cifras es debida a que depende de que se tengan en consideración virus completos o secuencias parciales derivadas de virus. Es decir, también están en nuestro interior. Cumpliendo funciones imprescindibles para la vida. Pero también sabemos que los virus endógenos se pueden activar y “malignizar” como consecuencia de agresiones ambientales (Ter-Grigorov, et al., 1997; Gaunt, Ch. y Tracy, S., 1995).

Es decir, por más que la concepción dominante de la naturaleza, la que nos parecen querer imponer los interesados en la lucha contra ella, sea la de un sórdido campo de batalla plagado de “competidores” a los que hay que eliminar, lo que nos muestra la realidad es una naturaleza de una enorme complejidad en la que todos sus componentes están interconectados y son imprescindibles para el mantenimiento de la vida. Y que son las rupturas de las condiciones naturales, muchas de ellas causadas por esta visión reduccionista y competitiva de los fenómenos de la vida, las que están conduciendo a convertir a la naturaleza desequilibrada en un verdadero campo de batalla en el que tenemos todas las de perder.

El peligroso avance de la resistencia bacteriana a los antibióticos se puede considerar como el más claro exponente de las consecuencias de la irrupción de la competencia y el mercado en la naturaleza, pero hay otra consecuencia de esta actitud que nos puede dar una pista de hasta donde pueden llegar si se continúa por este camino: Desde 1992 hasta 1999, el periodista Edward Hooper siguió el rastro de la aparición del SIDA hasta un laboratorio en Stanleyville en el interior del Congo, por entonces belga, en el que un equipo dirigido por el Dr. Hilary Koprowski, elaboró una vacuna contra la polio utilizando como sustrato riñones de chimpancé y macaco. El “ensayo” de esta vacuna activa tuvo lugar entre 1957 y 1960, mediante un método muy habitual “en aquellos tiempos”, la vacunación de más de un millón de niños en diversas “colonias” de la zona. Niños cuyas condiciones de vida (y, por tanto, de salud) no eran precisamente las más adecuadas. En un debate en el que el periodista expuso sus datos, Hooper fue vapuleado públicamente por una comisión de científicos que negaron rotundamente esa relación, aunque no se consiguió encontrar ninguna muestra de las vacunas. Parece comprensible que los científicos no quieran ni siquiera pensar en esa posibilidad. Desde entonces, se han publicado varios “rigurosos” estudios que asociaban el origen del sida con mercados africanos en los que era práctica habitual la venta de carne de mono o, más recientemente, “retrasando” la fecha de aparición hasta el siglo XIX mediante un supuesto “reloj molecular” basado en la comparación de cambios en las secuencias genéticas de virus. Lo que ni Hooper ni Koprowsky podían saber era que los mamíferos tenemos virus endógenos que se expresan en los linfocitos y que son responsables de la inmunodepresión materna durante el embarazo. En la actualidad, Koprowsky es uno de los científicos con más patentes a su nombre.

Las barreras de especie son un obstáculo natural para evitar el salto de virus de una especie a otra. Son necesarias unas condiciones extremas de estrés ambiental o unas manipulaciones totalmente antinaturales para que esto ocurra. Y todo esto nos lleva al cuestionamiento de de muchos conceptos ampliamente asumidos que, como ajeno profesionalmente al campo de la medicina, sólo me atrevo a plantear a los expertos en forma de preguntas para que sean ellos los que consideren su pertinencia:

Si tememos en cuenta que las secuencias genéticas de los virus endógenos y sus derivados están implicadas en procesos de desarrollo embrionario (Prabhakar et al., 2008), se expresan en todos los tejidos y en muchos procesos metabólicos (Sen y Steiner, 2004), inmunológicos (Medstrand y Mag, 1998), ¿cuál es la verdadera relación de los virus con el cáncer o con las enfermedades autoinmunes? ¿son causa o consecuencia? Es decir, ¿existen epidemias de cáncer o artritis o son los tejidos afectados los que emiten partículas virales (Seifarth et al., 1995)?

Si tenemos en cuenta que la inmunidad es un fenómeno natural que cuenta con sus propios procesos para garantizar el equilibrio con los microorganismos del entorno, la introducción artificial de microorganismos “atenuados” o partes de ellos en el organismo ¿no producirá una distorsión de los mecanismos naturales incluyendo un posible debilitamiento del sistema inmune que favorecería la posterior susceptibilidad a distintas enfermedades?

Y, finalmente, si tenemos en cuenta que la existencia en la naturaleza de “virus recombinantes” procedentes de dos especies diferentes es tan extraña que posiblemente sea inexistente debido a la extremada especificidad de los virus. ¿De dónde vienen esos extraños virus con secuencias procedentes de cerdos, aves y humanos?

En el caso hipotético de que los verdaderos intereses de la industria farmacéutica fueran los beneficios económicos, la enfermedad se convertiría en un negocio, pero las vacunas serían, sin la menor duda, el mejor negocio. Ya hemos visto repetidamente hasta donde pueden llegar las dos industrias que, junto con la farmacéutica, constituyen los mercados que más dinero “generan” en el mundo: la petrolera y la armamentística. Sería un duro golpe para los ciudadanos convencidos de que están en buenas manos comprobar que una industria aparentemente dedicada a cuidar la salud de los ciudadanos fuera en realidad otra siniestra máquina acumuladora de dinero capaz de participar en las turbias maquinaciones de sus compañeras de ranking como, por ejemplo, controlar prestigiosas organizaciones internacionales para favorecer sus propios intereses.

La concepción de la naturaleza basada en el modelo económico y social del azar como fuente de variación (oportunidades) y la competencia como motor de cambio (progreso) impone la necesidad de "competidores" ya sean imaginarios o creados previamente por nosotros y está dañando gravemente el equilibrio natural que conecta todos los seres vivos. Pero la Naturaleza tiene sus propias reglas en las que todo, hasta el menor microorganismo y la última molécula, están involucrados en el mantenimiento y regulación de la vida sobre la Tierra y tiene una gran capacidad de recuperación ante las peores catástrofes ambientales. El ataque permanente a los elementos fundamentales en esta regulación, la agresión a la “red de la vida”, puede tener unas consecuencias que, para nuestra desgracia, sólo podremos comprobar cuando la Naturaleza recobre el equilibrio.

Bibliografía

ADAMS, J.M. & CORY, S. 1998. The Bcl-2 protein family: arbiters of cell
survival. Science, 28: 1322-1326.
ALEKSHUN M. N. and LEVY S. B. 2007. Molecular Mechanisms of
Antibacterial Multidrug Resistance. Cell, doi:10.1016/j.cell.2007.03.004
BARRY, M. & MCFadden, G. 1998. Apoptosis regulators from DNA viruses.
Current Opinion Immunology 10: 422-430.
BELL, P. J. 2001. Viral eukaryogenesis: was the ancestor of the nucleus a complex
DNA virus? Journal of Molecular Evolution 53(3): 251-256.
BEN JACOB, E, AHARONOV, Y. AND ASPIRA, Y. (2005). Bacteria harnessing
complexity. Biofilms.1, 239- 263
BRITTEN, R. J. (2004). Coding sequences of functioning human genes derived
entirely from mobile element sequences PNAS vol. 101 no. 48, 16825–16830.
BRZUSZKIEWICZ, E. et al., 2006. How to become a uropathogen: Comparative
genomic analysis of extraintestinal pathogenic Escherichia coli strains. PNAS, vol. 103
no. 34 12879-12884
COHEN, J. (2008) HIV Gets By With a Lot of Help From Human Host. Science,
Vol. 319. no. 5860, pp. 143 - 144
DAWKINS, R. 1993 : El gen egoísta. Biblioteca Científica Salvat.
FUHRMAN, J. A. 1999. Marine viruses and their biogeochemical and ecological
effects. Nature,399:541-548.
GABUS, C., AUXILIEN, S., PECHOUX, C., DORMONT, D., SWIETNICKI,
W., MORILLAS, M., SUREWICZ, W., NANDI, P. & DARLIX, J.L. 2001. The prion
protein has DNA strand transfer properties similar to retroviral nucleocapsid protein.
Journal of Molecular Biology 307 (4): 1011-1021.
GARCIA-FERNÀNDEZ, J. (2005). The genesis and evolution of homeobox gene
clusters. Nature Reviews Genetics Volume 6, 881-892.
GAUNT, Ch. y TRACY, S. 1995. Deficient diet evokes nasty heart virus. Nature
Medicine, 1 (5): 405-406.
GEWIN, V. 2006. Genomics: Discovery in the dirt. Nature .Published online: 25
January 2006; | doi:10.1038/439384a
GUPTA, R. S. 2000. The natural evolutionary relationships among prokaryotes.Crit.
Rev. Microbiol. 26: 111-131.
HARRIS, J.R. 1998. Placental endogenous retrovirus (ERV): Structural,
functional and evolutionary significance. BioEssays 20: 307-316.
HOWARD, E. C. et al., 2006. Bacterial Taxa That Limit Sulfur Flux from the
Ocean. Science, Vol. 314. no. 5799, pp. 649 – 652.
HUGHES, A.L. & FRIEDMAN, R. 2003. Genome-Wide Survey for Genes
Horizontaly Transferred from Cellular Organisms to Baculoviruses. Molecular Biology
and Evolution 20 (6): 979-987.
JAMAIN, S., GIRONDOT, M., LEROY, P., CLERGUE, M., QUACH, H.,
FELLOUS, M. & BOURGERON, T. 2001. Transduction of the human gene FAM8A1
by endogenous retrovirus during primate evolution. Genomics 78: 38-45.
LAMBAIS, M. R. et al., 2006. Bacterial Diversity in Tree Canopies of the
Atlantic Forest Science, Vol. 312. no. 5782, p. 1917
MARGULIS, L. y SAGAN, D. 1995. What is life?. Simon & Schuster. New York,
London.
MARKINE-GORIAYNOFF, N. & al. 2004. Glycosiltransferases encoded by
viruses. Journal of General Virology 85: 2741-2754.
MEDSTRAND, P. & MAG, D.L. 1998. Human-Specific Integrations of the
HERV-K Endogenous Retrovirus Family. Journal of Virology 72 (12): 9782-9787.
MI, S., XINHUA LEE, XIANG-PING LI, GEERTRUIDA M. VELDMAN,
HEATHER FINNERTY, LISA RACIE, EDWARD LAVALLIE, XIANG-
YANG TANG, PHILIPPE EDOUARD, STEVE HOWES, JAMES C. KEITH &
JOHN M. MCCOY 2000. Syncitin is a captive retroviral envelope protein involved in
human placental morphogenesis. Nature 403: 785-789.
MLOT, C. 2009. Antibiotics in Nature: Beyond Biological Warfare. Science, Vol.
324. no. 5935, pp. 1637 - 1639
MUIR, A., LEVER, A. & MOFFETT, A. 2004. “Expression and functions of
human endogenous retrovirus in the placenta: an update. Placenta 25 (A): 16-25.
PEARSON, H. 2006. Antibiotic faces uncertain future. Nature, Vol 441, 18, 260-
261.
PRABHAKAR, S. AND VISEL, A. (2008). Human-Specific Gain of Function in
a Developmental Enhancer. Science Vol. 321. no. 5894, pp. 1346 - 1350
SANDÍN, M. 2001. Las “sorpresas” del genoma. Bol. R. Soc. Hist. Nat. (Sec.
Biol.), 96 (3-4), 345-352.
SEIFARTH, W. et al., 1995. Retrovirus-like particles released from the human
breast cancer cell line T47-D display type B- and C- related endogenous viral
sequences. J. Virol. Vol 69 No 10.
SEN, CH-H. & STEINER, L.A. 2004. Genome Structure and Thymic Expression
of an Endogenous Retrovirus in Zebrafish. Journal of Virology 78 (2): 899-911.
SUTTLE, C. A. (2005). Viruses in the sea. Nature 437, 356-361
TER-GRIGOROV, S.V., et al., 1997. A new transmissible AIDS-like disease in
mice induced by alloinmune stimuli. Nature Medicine, 3 (1): 37-41.
THE GENOME SEQUENCING CONSORTIUM 2001. Initial sequencing and
analysis of the human genome. Nature.409, 860-921.
VENABLES, P. J. 1995. Abundance of an endogenous retroviral envelope protein
in placental trophoblast suggests a biological function. Virology 211: 589-592.
VILLARREAL, L. P. (2004). Viruses and the Evolution of Life. ASM Press,
Washington.
VON STERNBERG, R. (2002). On the Roles of Repetitive DNA Elements in the
context of a Unified Genomic-Epigenetic System. Annals of the New York Academy of
Sciences, 981: 154-188.
WAGNER, G. P., AMEMIYA, C. AND RUDDLE, F. (2003). Hox cluster
duplications and the opportunity for evolutionary novelties. PNAS vol.100 no. 25,
14603–14606
WILLIAMSON, K.E., WOMMACK, K.E. AND RADOSEVICH, M. (2003).
Sampling Natural Viral Communities from Soil for Culture-Independent Analyses.
Applied and Environmental Microbiology, Vol. 69, No. 11, p. 6628-6633
WOESE, C. R. (2002). On the evolution of cells. PNAS vol. 99 no. 13, 8742-8747.
ZILLIG, W. y ARNOLD, P. 1999. Tras la pista de los virus primordiales. Mundo
Científico. No 200.

 

Entrevista con Máximo sandín
"Desmontando a Darwin"

DESMONTANDO A DARWIN - ENTREVISTA MAXIMO SANDIN from ALISH on Vimeo.

 

La concepción darwinista de la vida, de la realidad, una “depuración”, un refinamiento de las confusas ideas de Darwin, ha convertido a un ente omnisciente, omnipotente y ubicuo, la selección “natural”, con todas las condiciones que ésta implica, en la explicación del Todo. El recurso a su supuesto y nunca verificado poder para explicar cualquier tipo de proceso biológico, por complejo que este sea, y al “azar” como regidor de los fenómenos de la vida, ha venido obstaculizando la comprensión y la profundización de los conocimientos biológicos. La concepción competitiva y reduccionista de las relaciones entre los seres vivos (incluso entre sus más íntimos componentes) ha conducido a una visión sórdida y deformada de la Naturaleza y ha provocado graves desequilibrios entre sus componentes fundamentales. El determinismo genético (sin el cual la selección “natural” no tiene sentido”) extendido a las relaciones entre los seres humanos, la consideración de que los defectos, las enfermedades, incluso el comportamiento, están “inscritos en nuestros genes”, ha tenido terribles consecuencias para millones de pobres gentes y ha constituido, para muchos, una justificación “científica” de las desigualdades humanas.

Pero lo peor puede estar todavía por llegar. El creciente control de la investigación biológica por grandes empresas farmacéuticas y “biotecnológicas”, la creciente manipulación con fines comerciales (en el mejor de los casos) de procesos biológicos cuyas complejísimas interacciones orgánicas y ecológicas han puesto claramente de manifiesto que no se pueden controlar (se pueden manipular, alterar, pero no prever las consecuencias de estas perturbaciones del orden natural), están conduciendo a la aparición de graves peligros para el ecosistema global y, muy especialmente, para los seres humanos.

Por lo que se lee en las revistas científicas, en los grandes medios de comunicación, por lo que predican los científicos más prestigiosos sobre las grandes ventajas futuras de estas alteraciones, de estas agresiones a la Naturaleza, puede parecer ésta una visión catastrofista y sin fundamento. Dejo que el lector valore su verosimilitud en función de los textos e informaciones aquí expuestos.

Algo sí parece digno de ser tenido en cuenta, incluso por las mentes más “escépticas” (que es como se autodenominan los fanáticos de la verdad “oficial”): Ante la acumulación de evidencias, de conocimientos totalmente contradictorios con las premisas darwinistas, cualquier teoría científica habría sido abandonada hace mucho tiempo. Si se mantiene es porque no se trata de una teoría científica, sino una creencia. Porque si se valora siguiendo los criterios básicos de las ciencias empíricas, el darwinismo es, desde su origen, totalmente acientífico. Su persistencia en contra de las evidencias y el afán en defenderlo desde determinados estamentos con argumentos retóricos y falsedades históricas hace pensar que su permanencia no tiene nada que ver con su validez científica. Es posible que el lector deduzca, de la lectura de los textos que figuran en esta página, con qué tiene que ver, pero me voy a permitir orientarle con una reflexión bien fundamentada:
El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos. Ludwing Von Bertalanffy (1901-1972)

Pero lo peor puede estar todavía por llegar. El creciente control de la investigación biológica por grandes empresas farmacéuticas y “biotecnológicas”, la creciente manipulación con fines comerciales (en el mejor de los casos) de procesos biológicos cuyas complejísimas interacciones orgánicas y ecológicas han puesto claramente de manifiesto que no se pueden controlar (se pueden manipular, alterar, pero no prever las consecuencias de estas perturbaciones del orden natural), están conduciendo a la aparición de graves peligros para el ecosistema global y, muy especialmente, para los seres humanos.

Por lo que se lee en las revistas científicas, en los grandes medios de comunicación, por lo que predican los científicos más prestigiosos sobre las grandes ventajas futuras de estas alteraciones, de estas agresiones a la Naturaleza, puede parecer ésta una visión catastrofista y sin fundamento. Dejo que el lector valore su verosimilitud en función de los textos e informaciones aquí expuestos.

Algo sí parece digno de ser tenido en cuenta, incluso por las mentes más “escépticas” (que es como se autodenominan los fanáticos de la verdad “oficial”): Ante la acumulación de evidencias, de conocimientos totalmente contradictorios con las premisas darwinistas, cualquier teoría científica habría sido abandonada hace mucho tiempo. Si se mantiene es porque no se trata de una teoría científica, sino una creencia. Porque si se valora siguiendo los criterios básicos de las ciencias empíricas, el darwinismo es, desde su origen, totalmente acientífico. Su persistencia en contra de las evidencias y el afán en defenderlo desde determinados estamentos con argumentos retóricos y falsedades históricas hace pensar que su permanencia no tiene nada que ver con su validez científica. Es posible que el lector deduzca, de la lectura de los textos que figuran en esta página, con qué tiene que ver, pero me voy a permitir orientarle con una reflexión bien fundamentada:
El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos. Ludwing Von Bertalanffy (1901-1972)

Maximo Sandín

 


Foto: Máximo Sandín

 

Fuente:

 

La nueva biología

.